Una de las características fundamentales de muchas de las sociedades contemporáneas es la volatilidad económica: la estabilidad de los aparatos de producción y consumo depende, contradictoriamente, de especulaciones cada vez más ingobernables; cada vez más ininteligibles y cada vez más concentradas en menos manos. Hoy pareciera ser más importante para el destino de los países que las patronales del mundolo consideren digno de inversión (por “estable”) que el que tenga organizaciones sólidas y populares que permitan ordenar la producción y la distribución en función de necesidades sociales y proyectos colectivos.
Y esa opinión tiene el poder de cambiar el destino de todo un pueblo. Nos espantan con el diablo de la “fuga de capitales”, como diciéndonos que quien no tenga este sello de calidad empresarial estará condenado al hambre y la miseria.
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